La estética facial es un campo de la medicina que me apasiona. Desde que terminé la carrera de medicina en el 2004, he enfocado mi profesión en el estudio de la cara: oncología, traumatología y disarmonías faciales me llevan acompañando desde que comencé. Función y armonía son siempre los objetivos a conseguir.
La duda constante y las preguntas constantes son la base de un estudio constante. Todo puede ser objeto de estudio y de análisis. No hay cara con la que me haya cruzado que no haya sido objeto de mi análisis. La función, el movimiento, la armonía, por qué unas son bellas; porque otras no lo son. Y con el tiempo he podido sacar conclusiones.
Y lo que está claro es que la estética facial nunca ha estado tan de moda como ahora. Probablemente consecuencia del uso masivo de las redes sociales nuestra relación con nuestra propia cara se ha modificado. Nos evaluamos; por primera vez, de forma constante; y, en fotos y pantallas planas. Y además nos comparamos con miles de caras llenas de filtros que buscan la perfección o ‘borrar’ todo lo que se considera imperfección. Las tendencias imperan, incluso llegando a modificar los parámetros de armonía más clásicos. El concepto de belleza se ha modificado. Y si nos dejamos llevar por la tiranía de las redes, el equilibrio, la discreción, la variabilidad y la naturalidad tienden a desaparecer. La cara de la red social no es natural ni armoniosa. Si nos dejamos llevar por la estética que nos envuelve en las redes, todas las caras que nos rodean serán iguales.
¿Cómo pueden haber desaparecido el equilibrio y la naturalidad, conceptos tan intrínsecos al subconsciente del ser humano?
Hay que tener en cuenta que la estética facial es una percepción subjetiva.
La percepción de nosotros mismos no es la misma que la que tienen los demás de nosotros. Por eso es necesario siempre hacer un análisis completo de la cara, de los gestos, de la movilidad, la sonrisa, la textura de los tejidos, etc … para llegar a un correcto diagnóstico de lo que podemos mejorar. Un buen diagnóstico requiere una observación minuciosa para obtener datos objetivos sobre los que trabajar. Es muy habitual que un paciente entre en la consulta de estética facial solicitando ‘mejorar’ y fijándose en un rasgo concreto de la cara que le preocupa; sin ver la totalidad. Un análisis a fondo permite tomar mejores decisiones sobre una cara.
Y si algo ha quedado claro en este año y medio de pandemia es que es raro encontrar una mirada que no sea ‘bella’. Salvo cuando tenemos los párpados caídos, gran parte de las disarmonías faciales se encuentran en el tercio inferior de la cara: fundamentalmente la sonrisa, la forma de la mandíbula, los labios, la presencia o no de pómulos y el soporte bajo los ojos.
Hay 2 tipos de pacientes muy diferenciados en estética facial: los pacientes jóvenes o no tan jóvenes que están a disgusto con algún rasgo de su cara porque es disarmónica. Arrastran este problema desde su infancia y juventud y llega un momento en su vida en que lo quieren ‘arreglar’: rinoplastias, cirugía ortognática, mentoplastias, otoplastias, extirpación de las bolas de bichat y prótesis de pómulo son las cirugías más frecuentes en estos casos. Y, por otro lado, los pacientes que se enfrentan al proceso de envejecimiento a partir de los 40 años y que no ven en su cara el reflejo de su espíritu: blefaroplastias (la cirugía de los párpados), liftings, rellenos y toxina botulínica, resuspensión del labio, rejuvenecimiento del lóbulo de la oreja… son los procedimientos a los que se suele recurrir.
El público general no suele analizar ‘la estructura ósea de la cara’, que es la responsable de la mayor parte de las disarmonías faciales antes de los 35 años. Y hemos de considerar que además tenemos la costumbre de analizarnos a nosotros mismos de frente y en un espejo (en 2 dimensiones). Podría escribir e, intentaré escribir próximamente, largo y tendido de las disarmonías esqueléticas (deformidad dentofacial / cirugía ortognática), pero me apetece concentrarme en el proceso de envejecimiento facial en este momento.
El envejecimiento es un proceso progresivo y lento que se manifiesta claramente a partir de los 40 años y abarca mucho más que las arrugas y las ojeras.
Bien sabido es que el tabaco, el sol y determinados tipos de piel envejecen mucho peor. Pero, en general, todo paciente a partir de los 40 empieza a sufrir el efecto de un ‘exceso de piel o tejido blando’. Los párpadosson una de las zonas donde más se manifiesta el exceso de piel: nos pesa más la mirada, abrimos menos los ojos, rimmel y línea de maquillaje se pierden y difuminan,… y, como consecuencia, empezamos a gesticular más con la frente para elevar las cejas. Tenemos la sensación de tener unos ‘ojos más pequeños’ un mirada menos limpia y una frente en constante tensión.
El músculo frontal se empieza a activar en exceso cuando empieza a sobrar piel en el párpado superior, para intentar compensar su peso. El tercio superior no envejece como el resto de la cara porque las adhesiones a los planos profundos son mayores. Empieza a ‘sobrar piel’ a partir de los 50 cuando el músculo frontal está hiperactivado y nuestros propios gestos acaban distendiendo la piel de la zona.
La gente joven y los niños prácticamente no gesticulan elevando las cejas. Es la edad y el peso de los párpados la que nos fuerza a ‘elevar esas cejas’, y en consecuencia a ‘fabricar esas arrugas frontales que tanto nos desagradan a todos.
Los rellenos faciales (principalmente el hialurónico), y la toxina botulínica se han popularizado enormemente en los últimos años. La temporalidad de su efecto (y de sus complicaciones), junto con un precio asequible por el público general son las causas de que una gran parte de la población apruebe su uso tan generalizado. Ambas técnicas (toxina botulínica y hialurónico) pueden emplearse con discreción y naturalidad a pequeñas dosis y evitando excesos o repeticiones del tratamiento muy prematuros para disimular y contener los efectos del envejecimiento. El gran problema que plantean ambas técnicas es, precisamente, la derivada de su temporalidad. Hay que tener en cuenta que se vuelve al estado previo en un tiempo muy inferior al que lo originó en primera instancia. En 6 meses – 1 año envejecemos el equivalente a todos los años previos ganados. Por esta razón es tan importante evitar infiltraciones de grandes volúmenes o crear grandes cambios. La estética facial es un tratamiento de calidad de vida y hay que evitar crear, en la medida de lo posible, una dependencia en los pacientes a los que tratamos.
Siempre explico a los pacientes que los rellenos faciales no son tan inocuos como nos los pintan. En primer lugar, los rellenos faciales no desaparecen del todo y migran. Las infiltraciones generan una distensión o expansión de la piel y generan un efecto ‘globo’. Cuando inflamos el globo está terso, pero el globo se desinfla sin recuperar el tamaño original y se queda; incluso más flácido que en su estado inicial. Personalmente, llamo a los rellenos ‘expansores’. No estoy en contra de su uso; pero sí a favor de su BUEN USO. En pequeñas cantidades, los rellenos faciales son estupendos correctores para pequeños defectos, asimetrías, sombras, efectos ópticos y surcos.
Las técnicas quirúrgicas como los diferentes liftings, las blefaroplastias, lobuloplastias, reposicionamientos labiales y otras técnicas son procedimientos mucho más contundentes en el tratamiento del envejecimiento. Consiguen robar años al tiempo sin generar cambios excesivos y desproporcionados a nuestra edad. Nuestros pacientes son cada vez más jóvenes cuando se plantean este tipo de técnicas. Y, a la vez que el abanico de técnicas disponibles se ha multiplicado, la agresividad de los procedimientos se ha reducido cuando las usamos con pacientes más jóvenes.
Rellenos faciales, cirugías faciales, toxina botulínica, hilos tensores, láseres de diferentes tipos, hidrataciones faciales,… son todo técnicas variopintas con diferentes indicaciones que consiguen en la combinación de todas ellas los mejores resultados. No hay una sóla técnica o herramienta válida para el tratamiento de nuestra cara.